Vive un septiembre sin food shaming

Nos despedimos de los días de desconexión tomando el sol en la playa, de los refrescantes baños en las piscinas y también, por qué no decirlo, de los chiringuitos. Y es que estos maravillosos días de verano a veces, hacen que nuestros buenos hábitos queden aparcados junto con la rutina. Por eso, septiembre es uno de esos meses donde el food shaming coge más impulso y presencia en la vida de muchos de nosotros. ¿Qué quiere decir exactamente este concepto? ¿Es normal sentirnos culpables después del verano? ¿Deberíamos? En este artículo te contamos todo lo necesario para evitar el food shaming para generar una relación sana con la comida, libre de complejos y culpas. ¡Adelante!

Se acaba el verano, que no empiece la culpa

Como puedes imaginarte, food shaming hace referencia a la vergüenza que nos hace sentir la comida. Por ejemplo, el hecho de pensar en aquello que hemos comido durante nuestras vacaciones (productos ricos en grasas saturadas, azúcar o alcohol, por ejemplo) pueden hacernos sentir culpables o avergonzados. Generalmente, esto se debe a comentarios externos: “cómo te estás poniendo eh?, “vaya plato, aquí come una familia entera” …Aquellas reacciones procedentes de otras personas que señalan los alimentos que comemos de forma negativa, pueden hacernos sentir esa vergüenza.

Es comprensible que estas situaciones nos lleven a tener estos pensamientos de culpa, pero castigarnos por lo que comemos en momentos puntuales del año hacen que nuestra relación con la comida sea negativa. Sabemos que es el momento de frenar estos comportamientos, pero, ¿cómo evitamos estos pensamientos negativos?

Dietas milagro y colas en el gimnasio, ¿la solución?

Nuestra relación con la comida será la clave para evitar el food shaming. Mantener una relación con los alimentos positiva nos ayudará a centrarnos en nosotros, nuestras necesidades y a incorporar unos hábitos saludables a nuestro estilo de vida. Sin embargo, y tras un período como el de las vacaciones donde, en general, solemos comer cosas que se salen de nuestra rutina habitual, es fácil dejarnos llevar por las dietas milagro o salir corriendo para apuntarnos al gimnasio.

“Ahora sí que sí, empiezo con el deporte”

El ejercicio físico debe formar parte de nuestro estilo de vida de forma permanente. Los beneficios de practicar ejercicio son ampliamente conocidos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) nos recomienda realizar entre 150-300 minutos de actividad física a intensidad moderada a la semana, además de entrenar la fuerza 2 días a la semana. Por eso, salir corriendo al gimnasio tras las vacaciones de verano o las navidades y darse de baja 1 mes después no es ni una solución para evitar el food shaming ni bueno para nuestro cuerpo.

“Me he pasado comiendo…me pongo a dieta”

Las dietas milagro pisan con más fuerza en meses concretos del año. Después de las vacaciones o justo antes del verano, es más fácil dejarse llevar por las falsas promesas que nos llegan de estas dietas. Pero utilizarlas como la “solución” a lo que hemos hecho mal durante el verano, no es la manera más saludable de relacionarnos con la comida. La alimentación es uno de los pilares fundamentales de un estilo de vida saludable. Junto con la actividad física y el bienestar emocional, nos ayudará a construir un estilo de vida saludable para toda nuestra vida.

La importancia de los buenos hábitos

Cuando hablamos de alimentación saludable, sabemos que hay alimentos cuya presencia en nuestros menús es ocasional. Estos, precisamente, se suelen incorporar a nuestra dieta durante las vacaciones y los que generan actitudes que nos llevan al food shaming. Nutricionalmente pobres, cargados de azúcares, grasas saturadas, sodio…sabemos que estos alimentos no deben ser los protagonistas de nuestra dieta, pero a su vez, son sabrosos y nos gusta disfrutar de ellos de vez en cuando. ¿Debemos sentirnos mal por ello? La respuesta es no. Ante todo, debemos crear una relación sana con la comida.

Nuestra alimentación tendrá como protagonistas a las frutas, las verduras, los cereales integrales, las legumbres y los frutos secos durante todo el año. Pero si incorporamos alimentos menos saludables en momentos puntuales, no debemos castigarnos. Aquí van algunos consejos:

De alimentos “buenos y malos” a “nutritivos y satisfactorios”

Algunos expertos recomiendan evitar la clasificación de alimentos en “buenos y malos” y optar por “nutritivos y satisfactorios”. Con esta clasificación, evitamos hacer una asociación negativa entre los alimentos y sus beneficios para nuestra salud, generando un menor sentimiento de culpa o ansiedad por lo que estamos consumiendo. A su vez, si optamos por la nueva clasificación, simplemente debemos tener presente que los alimentos “nutritivos” (por ejemplo, fruta) deben ser el pilar de nuestra alimentación, pero que la presencia puntual de alimentos “satisfactorios” (por ejemplo, un helado) no debe ser motivo para martirizarnos.

Alimentación consciente

El mindful eating o alimentación consciente es una herramienta muy interesante que nos ayudará a mantener una relación sana con la comida. Esta técnica consiste en relacionarse plenamente y de forma consciente con la comida, prestando atención a lo que hacemos y a los sentimientos que esta nos despierta. Aplicar esta técnica a nuestra forma de comer puede ser una gran forma de evitar la alimentación emocional y de gestionar nuestras emociones. Te contamos mucho más sobre el mindful eating en nuestro artículo.

Como ves, la alimentación no debe ser un motivo por el cual castigarnos o pasar vergüenza.  Tener unos buenos hábitos es fundamental, pero no debemos caer en la culpa. Concentrarnos en lo que comemos, crear una relación sana con la comida y no dar importancia a los comentarios externos será la mejor forma de evitar el food shaming.

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